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El Amante del Rey Muerto

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Gótica, épica, intrigante, aventurera, sensual y sexual; sangrante, reflexiva, romántica, emocional y compleja; usando lo más fielmente posible bases históricas, tradiciones populares y mitologia presentes en el floklore popular de Europa y Asia, la saga “El Amante del rey muerto” consta de 4 tomos en los que las historias y los personajes  se van entretejiendo hasta que todos los destinos confluyan.

(Actualmente esta saga está en manos de la agencia Última Línea  en busca de editor.)

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Sinopsis

El rey más grande de todos los tiempos ha muerto en Babilonia.
Esa misma noche, un joven eunuco huye de palacio en busca del templo de Isthar, -diosa del amor y de la guerra-, para que le devuelva la vida de su amado. Sin embargo, no es Isthar quien puede hacerle ese favor. Es una demonio menor: Ardat-LIli, quien le da al joven Ciro la inmortalidad, el tiempo necesario para buscar un modo de  resucitar a su rey. Pero hay una condición: el joven eunuco debe encontrar a un guerrero tan poderoso como aquel que murió…
En pleno siglo diecinueve, Lorian acaba de nacer aunque, sin saberlo, ya forma parte de los recuerdos de alguien. Sus pasos le llevarán a encontrarse con quien le busca desde hace mil años.
Su maestro y amante es un trágico misterio lleno de belleza.  Cautivo pero libre, condenado y sin embargo temible, Ossián del Kleversson hará que Lorian vaya descubriendo el dramático pasado que le arrancó de una vida llena de gloria y heorismo vikingo para ser arrastrado a una existencia que no deseaba.

Portada 1, con texto y montaje simplebaj

Fragmento

"Babilonia se hallaba oscura, condenada, negra. Los fuegos de los templos habían sido apagados por los mismos sacerdotes que cuidaban de su permanencia. La ciudad, confusa, se sumía en el caos de un futuro incierto. Frente al palacio real, en la Avenida Procesional por donde cada año pasaban las celebraciones de Año Nuevo, se apiñaban las tropas de dos razas que habían convivido durante un tiempo. Las nativas lo hacían en respetuoso silencio y con recta obediencia. Las extranjeras en cambio se deshacían en ruidosos llantos, gritos, protestas. Ninguno de ellos se atrevía a abandonar su puesto.

Mientras el futuro de la nación sin rey se debatía a gritos en la cámara mortuoria, alguien con los pies ligeros escapaba del palacio hacia las sombras. Llevaba la cabeza cubierta con un manto de lana a pesar del calor de la noche que aún no se cerraba. Su respiración estaba agitada, su voz ahogada. Gemía a cada paso, cargado de angustia e impaciencia. En las calles muchos rostros buscaron sus ojos por debajo de la manta. La mano tiró de ella hasta no dejar más que un resquicio de luz para ver el camino. Las lámparas de aceite encendidas en la entrada de las casas y los altos platillos con carbones intentaban sustituir las luminosas llamas de los templos apagados. Los colosales muros que protegían la ciudad se alzaban amenazadores y negros bajo un cielo sin estrellas. Las cerámicas y los monstruos protectores desaparecían en las sombras para convertirse en alados misterios. Las fauces abiertas, la lengua retorcida de un león le atemorizó parando su corazón en seco al doblar una esquina. Tardó en recordar que había visto mil veces a la bestia sobre su pedestal, custodiando la puerta norte de la ciudad. Había tenido que dar un rodeo para dirigirse hacia donde quería. Su objetivo se hallaba en dirección contraria, casi junto al palacio de Nabuconodosor, de donde venía, situado entre este y el derruido templo del dios Marduk. Sin embargo, no quería que todos aquellos extranjeros anexionados al ejército, que se codeaban con los Inmortales del rey, le vieran. Aunque, para ser sincero, siempre había tenido la sensación de resultar invisible, cuando no una efímera molestia.

Una mano enjoyada surgió del amparo de la manta para apoyarse en una palmera.

Tragó saliva, sonrió con dolor y se forzó a recuperar el aliento. Era necesario que llegase cuanto antes y, a pesar de las sombras, supo que se hallaba en el camino. Sujetó mejor la manta bajo su barbilla y siguió corriendo a tramos, avanzando a tientas cuando el callejón resultaba demasiado oscuro. Los pies ligeros proyectaron sombras en su huida sobre las calles polvorientas, tropezaron con alguien, cuyos ojos azules le dejaron helado."

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